• ¿Quién se llevó a Felipe? Parte 3

    Como si fueran pocas las irregularidades ya relatadas en la historia de Felipe*, el proceso penal que emprendió la familia para esclarecer los hechos estuvo atravesado por baches que impidieron su normal desarrollo.

    El arma que supuestamente portaba Felipe y con la que aparentemente había disparado a los agentes de la Policía fue expuesta a un análisis realizado por un técnico de Medicina Legal. Este confirmó, que el arma encontrada tenía trabados los mecanismos externos y no estaba en condiciones de lograr un disparo. El informe arrojó también, que las vainillas encontradas junto al arma no correspondían con el artefacto bélico.

    Así se lo hizo saber el técnico de Medicina legal al Juez 93 de Instrucción Penal Militar de Medellín, cuando este último, en compañía  de un grupo de agentes, recogió el arma para realizarle una segunda e inusual revisión. El segundo resultado era completamente diferente al primero; este nuevo informe estableció que el arma sí se encontraba en condiciones de disparar y que las vainillas correspondían a la subametralladora calibre 9 mm analizada. Según las sentencias del Tribunal Administrativo y del Consejo de Estado, el segundo resultado fue consecuencia de una manipulación realizada por parte de 2 agentes de la policía y del Juez 93 de Instrucción Penal Militar de Medellín.

    En ese borroso escenario, se pudo comprobar que no era cierta la afirmación realizada por los agentes de la Policía en la que indicaban que Felipe había disparado contra ellos. Quedaba por responder otro rosario de preguntas, una de ellas tenía que ver con los disparos que dieron muerte a Felipe, ya que estos se encontraban en zonas del cuerpo difíciles de acceder en medio del terreno en el que sucedió el operativo.

    Después de un largo proceso de 20 años (10 años en el Tribunal Administrativo de Antioquia y 10 años en el Consejo de Estado) se logró demostrar la responsabilidad del Estado y la policía nacional en los hechos y se declaró al Estado colombiano como responsable de los daños ocasionados a la familia de Felipe con ocasión de su muerte; la sentencia definitiva es concluyente cuando afirma: “… la muerte del señor Romero Gil, no fue causada como reacción a un ataque armado sino como una ejecución extrajudicial…”.

    El proceso penal que se adelantó, a través de la Jurisdicción Penal Militar, en el que se había declarado la responsabilidad de los autores de la muerte de Felipe Romero Gil*, se diluyó con la investigación del Juez 93 de Instrucción Militar y se agotó cuando, mediante sentencia proferida por el presidente del Consejo Verbal de Guerra, fueron absueltos los policías relacionados con este homicidio. Solo se elevó pliego de cargos en contra de los Oficiales de la Policía Nacional  con facultades de Policía Judicial que, de alguna manera, participaron con funciones de mando en el operativo que dio lugar a los hechos; dichos cargos estaban relacionados con errores de táctica y procedimiento pero de ninguna manera con la muerte de Felipe.

    La evidente impunidad penal y disciplinaria en los resultados de los procesos adelantados en Colombia, fueron elementos fundamentales para que el abogado Javier Villegas Posada y su firma presentara una denuncia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, que todavía hace trámite.

    Las violaciones a los derechos puestas en evidencia por la firma y contempladas en este documento, tienen que ver con el derecho a la vida, a la integridad personal, a las garantías judiciales y a la protección judicial de la Convención Americana sobre los Derechos Humanos. Derechos, que se supone, deben ser protegidos por las instituciones del Estado, por lo que resulta inadmisible que sean justamente ellos quienes perpetúen estos crímenes.

    La familia Romero Gil no solo ha lidiado con la dolorosa pérdida de uno de sus miembros, sino que también, ha tenido que tolerar que se manchara su buen nombre y que, adicional a esto, los responsables de los crímenes cometidos en su contra no hayan sido castigados.

     

    *Los nombres de los personajes han sido reemplazados por asuntos de seguridad y privacidad.

  • ¿Quién se llevó a Felipe? Parte 2

    Mientras el país se lamentaba la catastrófica muerte de la periodista Diana Turbay en el Hospital General horas después de su traslado a Medellín, los Romero Gil se cuestionaban acerca de las extrañas circunstancias en las que Felipe Romero Gil* había pasado de arreglar la tina de su hermana a hacer parte del grupo de secuestradores que desde agosto tenían en su poder al grupo de periodistas.

    Inmediatamente después de que el grupo de hombres sacara a la fuerza a Felipe de la casa de su hermana, su tía María Mercedes* contactó a la familia para comentarles lo sucedido. El testimonio indicaba en un principio que presuntamente integrantes del DAS o del F2 fueron responsables del crimen cometido contra Felipe.

    Las extrañas condiciones en las que se dieron los hechos, la falta de resultados arrojada por las primeras indagaciones en las instituciones anteriormente mencionadas, impulsaron a Marleny Vanegas* esposa de Felipe, a buscar la ayuda de un conocido con contactos en la Cruz Roja.

    La noticia del fallecimiento de la hija del matrimonio Turbay Quintero había generado una nube de tensión en el país que se acentuaba en Medellín, sitio en el que se produjo el deceso de la periodista y abogada. Los noticieros se inundaron con la información del operativo y los pormenores de la noticia que enlutaba al país.

    En varios boletines informativos, fueron dados a conocer los nombres y rostros de los cadáveres encontrados en el lugar del operativo. El parecido físico de uno de los presuntos secuestradores con Felipe Romero, impulsó a la familia de éste a dirigirse a Copacabana dos días después del episodio, sitio en el que se encontraban los cuerpos expuestos como N.N para hacer posible el reconocimiento.

    Un rosario de preguntas

    Mientras la tensión se centraba en el fallecimiento de Diana Turbay y en los errores cometidos por el cuerpo Élite de la Policía Nacional en este operativo, los Romero Gil se preguntaban las razones por las que el cuerpo de su hijo fue hallado en un lugar ubicado a tres horas del sitio de donde fue sacado, a la larga distancia de un lugar a otro se sumaba la pregunta de por qué este hombre había podido acceder a una zona celosamente custodiada a esa hora por los integrantes de la fuerza pública, quienes en ese momento ya conocían la ubicación de los secuestrados y se disponían a llevar a cabo el operativo.

    Felipe estaba muerto, esta era la única certeza que tenía su familia, pero las circunstancias en las que se produjo esta muerte eran tan extrañas e injustas que fue necesario emprender acciones legales para esclarecerlas. En un principio fueron señalados integrantes del grupo Élite de la Policía Nacional como los responsables de la acción. Cuando el caso fue puesto en manos del abogado Javier Villegas Posada, la meta era identificar las razones de la retención de Felipe, las causas de su muerte y encontrar a los culpables de esta dolorosa pérdida.

     

    El proceso

    Los agentes implicados en el caso afirmaron que el deceso de Felipe se dio como consecuencia de un enfrentamiento durante el operativo de rescate de Diana Turbay y su camarógrafo Richard Becerra, adicionalmente se afirmó que Felipe (presunto secuestrador) había atacado a los militares con el fin de impedir el rescate de los rehenes.

    Sin embargo, las investigaciones de balística posteriores al deceso de Felipe arrojaron que el arma que le fue hallada a la hora del levantamiento no se encontraba en condiciones de disparar; según este  informe, dicho aparato no había sido disparado en los últimos ocho días, adicional a esto, las vainillas de bala que fueron encontradas no correspondían con el arma que supuestamente portaba Felipe y con la que, según el testimonio de los policías interrogados, había atacado a los integrantes del cuerpo Élite.

    Estas irregularidades se fueron  sumando al caso por medio del cual la firma de abogados,  buscaba esclarecer la muerte de Felipe; la evidente violación a los derechos humanos aquí cometida es el fundamento principal de un largo proceso que será revelado en la siguiente entrega.

     

    *Los nombres de los personajes han sido reemplazados por asuntos de seguridad y privacidad.

  • ¿Quién se llevó a Felipe? Parte 1

    El 25 de enero de 1991, el país perdía a una gran periodista y la familia Turbay perdía a una hija, hermana y madre. Ese mismo día, la familia Romero Gil* sufría una pérdida similar a la de los Turbay pero con el agravante de que ellos tendrían que limpiar su apellido y luchar contra la difamación y la honra de su pariente.

    El contexto

    Las historias que rondan la época del narcotráfico en nuestro país son tan escabrosas como fantásticas y los testimonios de los sobrevivientes parecen inspirados en pesadillas. La muerte de Diana Turbay producto de un operativo de rescate es quizá, uno de los episodios más representativos de la lucha entre el Cartel de Medellín y el Estado colombiano; la hija del ex presidente Turbay había sido secuestrada por parte del grupo denominado “Los extraditables” para presionar al gobierno e impedir
    la posible extradición de criminales vinculados al narcotráfico con Pablo Escobar a la cabeza.

    Había transcurrido 148 días desde que Diana Turbay y su equipo viajaron al Magdalena Medio para cumplir una cita supuestamente, con el Cura Pérez, un guerrillero español que había atraído la curiosidad de Turbay por sus nulas apariciones en público. El engaño planificado por Pablo Escobar y sus subalternos terminó en el secuestro de Diana Turbay y sus compañeros. Algunos de ellos fueron liberados paulatinamente desde el mes en el que se fraguó el crimen; sin embargo, el 25 de enero de 1991 el grupo Élite de la Policía Nacional llevó a cabo un rescate en la vereda Sabaneta, del municipio de Copacabana, Antioquia que terminó con el desenlace que ya conocemos.

    Junto al cuerpo herido de la periodista de “Hoy por hoy” fueron hallados los cadáveres de tres hombres más, quienes fueron identificados posteriormente como secuestradores. Mientras el país se lamentaba la catastrófica muerte de Diana en el Hospital General de Medellín, horas después de su traslado, los Romero Gil se cuestionaban acerca de las extrañas circunstancias en las que Felipe Romero Gil* había pasado de arreglar la tina de su hermana a hacer parte del grupo de secuestradores que desde agosto tenían en su poder al grupo de periodistas.

    ¿Quién se llevó a Felipe?

    Según los relatos de los familiares, Felipe trabajaba en una empresa de textiles pero su educación como electricista le permitía realizar trabajos extra en su tiempo libre; por esta razón, su hermana le solicitó que le ayudara con la tina de su casa mientras que ella y su esposo salían a hacer algunas diligencias.

    En la casa ubicada en un barrio del municipio de Medellín, solo se encontraban Felipe, María Mercedes Gil, tía del joven trabajador y una empleada recién contratada por Eugenia Romero* para las labores domésticas. Cuando Felipe se encontraba en el segundo piso de la vivienda, un grupo de aproximadamente 15 hombres tocó a la puerta e ingresó agresivamente anunciando la búsqueda de alias “El gordo”, pero cuando la tía de Felipe negó conocer al sujeto en cuestión, aclaró, además, la presencia de su sobrino en la segunda planta del inmueble.

    Los hombres vestidos de civil portaban, según el relato de María Mercedes, armas y unos brazaletes pero no le fue posible identificar sus caras y ni los vehículos en los que se transportaban, debido a que ella y la empleada fueron encerradas en el baño mientras que, al parecer interrogaban a Felipe. Cuando pudieron salir del baño, el grupo de hombres había desaparecido y junto a ellos Felipe. Ese mismo día, el 25 de enero de 1991, el cuerpo de Felipe fue encontrado en la vereda Sabaneta del municipio de Copacabana a kilómetros del sitio del que fue sacado a la fuerza.

    La búsqueda de Felipe desde su retención irregular, marcó el inicio de un rosario de eventos dolorosos en el que abundan las inconsistencias, las respuestas a medias y la extraña participación de agentes del Estado.

    En la segunda parte de esta crónica conoceremos la lucha de la familia Romero Gil, representada por el abogado Javier Villegas Posada, quien ha acompañado a los sobrevivientes de Felipe para que se esclarezcan los detalles de su muerte y se limpie el nombre de un hijo, un padre de familia, un hermano y un ciudadano inocente.

  • Un viaje sin retorno

    Era el fin de semana en el que se conmemoraba una de las fiestas patrias más importantes, el grito de independencia que tuvo como detonante un florero roto y que desataría una discusión que derivó en la separación del yugo español. Doscientos años después, habitantes de una República soberana e independiente,  los colombianos nos seguimos matando entre nosotros. 

    La ciudad amurallada, la India Catalina, el monumento de los zapatos viejos y las historias que encierra uno de los lugares más emblemáticos del país hicieron que Ernesto José Herrera*, Juan Camilo Correa* y Miguel Ángel Suarez* unieran sus ahorros para cumplir el sueño de muchos ciudadanos del interior del país: conocer Cartagena. Durante el puente festivo del 20 de julio este trío de amigos disfrutó de la playa, los sitios históricos y el calor de la zona caribe del país, sin embargo, su regreso fue una cadena de hechos desafortunados que hacen que esta historia no sea un relato más de viaje.

    La falta de previsión y un mal cálculo, hizo que este grupo de amigos se quedara sin los recursos suficientes para regresar por aire a su ciudad de origen, razón por cual se vieron obligados a emprender una aventura por tierra poco predecible. La escena era propia de una película: tres jóvenes levantando su pulgar con la esperanza de ser llevados por tramos hasta sus hogares.

    Así, recorrieron parte del camino hasta llegar a Caucasia, una población antioqueña ubicada a 285 kilómetros de Medellín, la capital del departamento antioqueño y ciudad de origen de Ernesto, Juan Camilo y Miguel Ángel. En Caucasia, y agotados por el viaje, estos amigos lograron hospedarse en un hotel gracias a la buena voluntad de su propietario; la intensión era descansar y continuar con la aventura que estaba cada vez más cerca de terminar.

    Esa madrugada y luego de descansar, los jóvenes emprendieron nuevamente el viaje hasta llegar al municipio de Cáceres, Antioquia, sitio en el que fueron interceptados y retenidos en contra de su voluntad por integrantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), para la época en la que ocurrieron los hechos (1998), eran comunes las negociaciones entre las AUC y el Ejército Nacional. Dichas negociaciones tenían como botín a jóvenes – en su mayoría campesinos- que luego de ser asesinados eran presentados por algunos de los integrantes del ejército como guerrilleros muertos en combate, falsos positivos.

    Un  informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), acerca de la situación de los derechos humanos en Colombia, revela que las ejecuciones extrajudiciales son justificadas bajo  la presunta colaboración de estas personas con grupos insurgentes. El informe, afirma también, que  muchas de estas ejecuciones han sido relacionadas con los privilegios obtenidos como resultado de las bajas efectivas por parte de los soldados de los diferentes batallones de Ejército.

    Esta sería la suerte de Ernesto, Juan Camilo y Miguel Ángel cuando fueron negociados y separados con el fin de ser presentados ante instancias superiores del ejército como combatientes revolucionarios muertos en combate. Para tal fin, los jóvenes fueron vestidos con prendas de combate propias de las autodefensas y posteriormente asesinados por miembros del Ejército Nacional  para ser presentados ante superiores y medios de comunicación.

    Al notar la prolongada ausencia e injustificada falta de comunicación, los familiares de estos jóvenes emprendieron el mismo viaje que sus parientes; pero esta vez, los fines no eran turísticos. Padres y hermanos tenían como objetivo conocer el paradero de estos tres amigos, por lo que recorrieron los mismos pasos que los jóvenes preguntando si estos habían sido vistos y en qué condiciones.

    Estas búsquedas resultan difíciles debido a aspectos económicos, falta de acompañamiento por parte de las autoridades competentes y por la intromisión de agentes relacionados con los hechos que ocultan información y obstruyen así, las investigaciones adelantadas por los familiares.

    La angustia de los familiares duró diez años más. En octubre de 2008, un desmovilizado de las filas de las AUC confirmó en una audiencia, citada por la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía General de la Nación, que Ernesto José Herrera y Miguel Ángel Suarez fueron vendidos por su bloque al Ejército Nacional para ser presentados como bajas; sin embargo, hasta la fecha se desconoce el paradero de Juan Camilo Correa quien fue separado de sus compañeros aún con vida.

    Javier Villegas Posada, en un principio presentó demanda en contra del Estado Colombiano (Ejército Nacional – Ministerio de Defensa), la cual tiene como resultado la condena efectiva del Estado Colombiano, después de 18 años de haber ocurrido los hechos.

    Actualmente, hace su trámite ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, denuncia formulada, por este mismo, por la falta de garantías procesales y el incumplimiento de las obligaciones estatales y compromisos internacionales, respecto a los derechos fundamentales de estos tres jóvenes (entre ellos un menor de edad) y sus familias.

    En primer lugar, se expone que el Estado no generó las garantías suficientes para que estos jóvenes pudieran circular de manera segura por el territorio nacional. Seguido de eso y mucho más delicado es la participación activa de agentes del Estado en la muerte injustificada e ilegal de estas personas, lo que traduce en una violación al derecho a la vida, a la integridad personal, a la libertad personal , el derecho a un recurso efectivo y garantías judiciales y el derecho a la honra.

    Estas historias se repiten más de lo que los ciudadanos colombianos quisiéramos: jóvenes estudiantes, trabajadores alejados de las armas que terminan involucrados en la guerra por medio de una especie de rifa desafortunada, que ha desmembrado a miles de familias en nuestro país que busca por medio de la paz hacer que estas historias hagan parte de un pasado que nadie quiere repetir.

     

    *Los nombres de los personajes han sido reemplazados por asuntos de seguridad y privacidad.